martes, 12 de febrero de 2008

Silvina Ocampo: de "Ejércitos de la oscuridad"


Ejércitos de la oscuridad
(a Alejandra)


Conozco un guardián de plaza al que le amputaron una pierna. Evita le regaló una pierna que hizo traer de Alemania. "Era la última palabra en materia de piernas ortopédicas." El guardián nunca pudo usarla. (No fue por culpa de la pierna, que era perfecta, sino por culpa del muñón.) Guardó la pierna de recuerdo adentro de una caja, como vino de Alemania. Hace tiempo que no se la prueba. "Servirá para mis nietos, Dios no lo quiera." Así me dijo.

Me acordé de mi padre: a mi padre también le amputaron una pierna. Volví a verlo cuando había aprendido a manejar la pierna. Después de la operación me dijeron que no le mirara la pierna. ¿Cómo podía mirarle una pierna que le faltaba? Yo tenía cinco años.

Desde la infancia veo en la oscuridad total de un cuarto, cuando estoy por dormirme, una suerte de raudo ejército azul y colorado que avanza en dirección a mí hasta que se pierde y vuelvo a recuperarlo en otro ángulo de la oscuridad, donde aparece para hacer la misma trayectoria. Me dirán que ese ejército podría ser un campo sembrado de jacintos, los hay rojos y los hay azules. Podría ser también el tablero de un juego con fichas vistosas, pero nunca se me ocurrió que pudiera ser otra cosa que un ejército de soldaditos vestidos de azul y de colorado que avanzan unidos como un solo soldado. Ese ejército fue siempre para mí el ejército de la noche. No sólo en la noche hay oscuridad, ya lo sé, pero de todos modos en el sitio en que lo vi con más frecuencia fue en la noche, que para mí es un sitio, el más importante del mundo. En el momento en que aparece el ejército de la noche pienso, recuerdo, elucubro ideas e imágenes que no reconozco durante el día. Y ese ejército de pequeñísimas ideas, de recuerdos, de imágenes de mi mente pugna por vivir y trata de matarme porque sus divisiones son a veces mansas como corderos o dulces como la miel, pero otras veces silban o gritan o manejan cuchillos y venenos, se agazapan en los infinitos laberintos inexplorados donde las pierdo de vista para volverlas a encontrar en el sitio donde las espero de nuevo: la oscuridad.



Noticias salidas en los diarios:


1º. "Fue apresada una banda de falsos niños sordomudos. Los amorales hicieron subir a un viejo a un tobogán, lo despojaron del reloj, de la billetera y del nieto, que ahogaron en el lago Léman, donde se dedicaban a la pesca."

2º. "Pondrán en plazas y jardines árboles, césped y plantas de hojalata para que el público no los estropee y de paso economizar el agua destinada al riego. En el Jardín Botánico se operarán grandes cambios en ese sentido."



Inscripciones en la arena

Nos asustan los fantasmas y sin embargo vivimos minuciosamente entre ellos: son nuestro ser anterior, el que vivió en una casa, el que pasó por un jardín, el que viajó por diferentes lugares del mundo, el que fue increíblemente feliz o increíblemente desdichado. Cada uno de esos seres está rodeado de otros seres. De ese modo se propaga el infinito mundo de los fantasmas.

El amor es recíproco, lo que no es recíproco es la imaginación.

Masticando pan tostado o con un caramelo en la boca podríamos conseguir lo no podríamos conseguir con nada: que nuestro interlocutor nos mate.




Analectas


En Palermo. A mediodía, todos los martes, invierno y verano, primavera y otoño, se ve llegar a un hombre y una mujer. Anhelantes, avanzan. Sospecho que primero se aventuran por el Rosedal, por el Patio Andaluz, porque, habitualmente mudos, hablaron alguna vez de las rosas florecidas o no florecidas y del perfume de las rosas o del recuerdo de ese perfume, y de las glicinas y de los sapos de las fuentes. Siguiendo los mismos senderos, manteniendo la misma distancia que los separa o los acerca el uno del otro cruzan la calle en el mismo sitio, debajo de las casuarinas, donde estacionan las victorias de plaza que esperan a los novios y a los escolares para llevarlos a pasear. Cruzan el césped hasta que llegan a la avenida Sarmiento.
Ella tiene el pelo recogido como pidiendo un sombrero, los dedos enrulados como si llevara el mango de un paraguas, el pecho estrecho como lo quiere una esclavina.
–¿Dónde viven?
–En Florencio Varela.
–¿Vienen siempre?
–Todos los martes.
–Venimos a tomar aire. Donde vivimos no se puede respirar por las chimeneas.
–Hay muchas chimeneas negras.
–Cuando venimos tenemos apetito.
–Yo me comería una res entera.


Epigramas


Cuando ella lava los
platos, ¿quién es?
Ni siquiera lo sabe.
Retuerce en cualquier trapo de rejilla el cuello de alguien.
Consejo: no usar trapos de rejilla porque inducen al
crimen. Qué bien lo comprendo.

Silvina Ocampo
(De "Ejércitos de la oscuridad", Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2008)

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