domingo, 8 de junio de 2008

Roberto Díaz: Una historia real


Estas son las cosas que me pueden. Ante tanta perversidad, ante tanta soberbia, ante tanto hijoputismo, aparecen estas historias que son como un bálsamo, como una fuente de agua fresca, a pesar de lo triste del caso y a pesar del infortunio de tantos seres humanos.
Cuántas veces, en el afán de filosofar, hemos pensado en la arbitrariedad de la vida, en la cadena de injusticias y falta de lógica de muchas de nuestras acciones, en el por qué unos son beneficiados con la dicha y otros, castigados con la desgracia.
Como le decía el viejo Blake al tigre, refiriéndose a Dios: "¿El que creó al cordero, te crea a ti?"
Esta historia me la contó un padre atribulado y, a la vez, emocionado. Este hombre tenía un hijo discapacitado. En una ocasión, pasaban por la cancha del club de barrio donde estaban jugando un partido de fútbol. Su hijo, Facundo, le preguntó si lo dejarían jugar; el padre sabía que era difícil debido a la discapacidad de su hijo, pero hizo el intento. Se metieron en la cancha y, al rato, vino un muchacho, con la cinta de capitán en el brazo, y le dijo a Facundo: "¿No querés estar como suplente, faltan quince minutos y perdemos 2 a 1?"
Facundo, exultante, se puso la camiseta transpirada que había dejado otro muchacho. Y faltando cinco minutos, su equipo empata el partido 2 a 2. Y !oh, sorpresa! en una jugada en el área rival, el referí cobra penal. El equipo de Facundo tenía la oportunidad de ganar el partido 3 a 2. Y ese mismo muchacho, con la cinta de capitán, sale de la cancha y le deja el lugar a Facundo para que éste patee el penal.
El padre sabía que sólo un milagro podría hacer que su hijo convirtiera el penal. Y el milagro se produjo. Facundo pateó un tirito suave (lo máximo que podía hacer) y el arquero contrario voló como si la pelota se fuera a meter en el ángulo superior derecho y el tirito le pasó por debajo de la pierna y se convirtió en gol.
Facundo, en su alegría, levantó los brazos mientras los veintidos jugadores lo vitoreaban. Era el héroe de la jornada.
Cuando llegó a su casa y le contó a su madre, ésta, rebosante de dicha, lo apretó contra su corazón. Facundo lloraba de contento.
Fue el último verano que estuvo entre nosotros. Al invierno siguiente, Facundo nos dejó y debe estar en algún lugar del tiempo y el espacio, contando ese penal a quien lo quiera oír o, tal vez, protagonizando otras hazañas como esa.
Tal vez, esto no sea así, pero es lo que quisiera. Por una vez, la solidaridad humana congregó a veintidos almas para que Facundo pateara el penal de su vida y la pelota penetrara en el arco.
El otro día, observando un partido de chicos y viendo a tantos imbéciles (léase padres) insultar a sus propios hijos y a los hijos de los contrarios por una jugada invalidada o por un pifie en el juego, recordé, otra vez, la historia de Facundo. Y también me vino a la memoria esa arbitrariedad de la vida; cómo el padre de este chico discapacitado quisiera tenerlo a su lado, aunque errara mil penales. Y cómo aquellos que tienen hijos sanos, los degradan en público porque no jugaron como ellos querían.
Tenía razón el viejo William Blake: es muy perverso crear tigres y corderos, pero ¿para qué estamos nosotros sobre la tierra si no es para equilibrar las diferencias? ¿Para qué estamos?

ROBERTO DIAZ

(Escritor, poeta, periodista, traductor de habla inglesa, autor de canciones, con premios nacionales e internacionales. En el 2007 fue declarado "PERSONALIDAD DESTACADA DE LA CULTURA DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BS.AS.")
Extraído del blog "Diario de un Poeta"
http://www.robertodiazpoeta.blogspot.com/

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