lunes, 29 de septiembre de 2008

Homenajes: Alejandra Pizarnik


Alejandra Pizarnik: de la palabra al silencio

Por: Nadia Fink y Mariano Garrido (Revista Sudestada, Septiembre de 2008)



“No quiero ir más que hasta el fondo”. Ese fue el último verso que Alejandra Pizarnik dejó en el pizarrón de su departamento. Antes, la autora de La condesa sangrienta desnudó sus fantasmas y obsesiones a través del estigma de sus versos, oscuros y lánguidos. Una historia de naufragio, ausencia y la búsqueda interminable de la palabra exacta.

1. ¿Dónde está el silencio? ¿En la otra orilla está el silencio? ¿Dónde? ¿En el medio del océano? ¿Lejos de todos? ¿En una noche cualquiera de París está el silencio? ¿En Buenos Aires y sus noches? Alejandra camina por alguna recóndita calle de París o Buenos Aires, o sobre la noche misma, y tal vez se hace preguntas. ¿En la muerte está el silencio?
Un tránsito con movimientos oscilatorios y lleno de preguntas. Quizás Alejandra se las habrá hecho aquella noche de septiembre de 1972. Tal vez fue ese errar, ese recorrer y extraviarse, el que derivó en la búsqueda del silencio como el lugar de descanso, como el espacio para estar a salvo. Una dosis de cincuenta pastillas de Seconal sódico, un sueño permanente. De todas las formas posibles de morir, de darse muerte, excederse con pastillas para dormir puede ser lo más parecido a acariciar un sueño eterno, un silencio arrullador. La muerte ha restituido al silencio su
prestigio hechizante, podría decirle una de sus muñecas que la mira, entre las otras muñecas maquilladas como ella, en ese escenario creado para su última función.
Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar, había escrito en 1964, siete años antes. Como un mantra, como un presagio aparece el sueño, tanto en su acepción de anhelar algo, como de dormir. Y también aparece el morir al pie de la letra.
El departamento de la calle Montevideo (y una madrugada con la noche que se extiende). En el departamento, sus muñecas (que Alejandra maquilló para la escena).
Alejandra y un escrito en una pizarra: “No quiero ir más que hasta el fondo”. La escritura, siempre. Hasta el final. Unas últimas palabras dibujadas como búsqueda del ideal y del silencio, y su muerte temprana, para algunos anunciada, provocada por una sobredosis de barbitúricos.
Es septiembre. No se percibe ningún ruido en el interior del departamento de la calle Montevideo. Afuera, la calle y el amanecer aportarán su ración. Adentro, silencio.
Pero no siempre Alejandra anheló el silencio.



2- ¿No es acaso poeta quien no solo escribe sino que se apropia de cada expresión y crea un mundo tangible al decir de los sentidos? ¿Podrá la poesía crear mundos? ¿Qué tiene para decir ese mundo que es la poesía, de los otros? Alejandra reunió su significado del mundo, ese que miró, olió, palpó. Y lo transformó en palabras; un lugar -el poema- en donde otros solitarios se reúnen, se reconocen (en tanto afuera llueve y es invierno).
Desde adolescente tuvo la seguridad de que quería ser poeta. No escritora; poeta. En su búsqueda de un lugar que contuviera sus ganas de escribir y de conocer el mundo literario, que ayudara a desarrollar todo ese impulso creativo y de expresión de su sensibilidad, pasó por diferentes carreras universitarias. Osciló entre Filosofía, Periodismo, Letras. No faltaron otros buceos en su búsqueda, que incluyó clases de pintura con el pintor surrealista Batlle Planas. Después de estas incursiones fallidas, llegarían otros recorridos, otros vagabundeos, pero nunca retornaría a la educación formal. Impulsos y sensaciones encontradas se debatían en ella.
En Alejandra, probablemente más que en cualquier otro mortal, Eros y Tánatos alternaron sus pulsiones vitales con osadía. Eros, pulsión de la vida, de la creación y del erotismo, y Tánatos, pulsión de muerte -no en tanto violencia, sino como un deseo paulatino de abandonar la lucha de la vida y volver a la quietud- constituyeron su obra y su existencia.
Flora Alejandra Pizarnik había nacido el 29 de abril de 1936 en Avellaneda. Sus padres, de origen ruso-judío, habían venido dos años antes desde Rovne, poblado de la Europa del Este.
Habitar un mundo literario, de palabras, fue su primer deseo. La infancia de la poeta estuvo marcada por las noticias que llegaban desde esa remota referencia que para ella era Europa. Alejandra no era Alejandra todavía, sino Flora, o tal vez Blímele, como la llamaban en su niñez de escolar. Mientras transitaba por los pasillos de una escuela judía de Avellaneda, y océano de por medio, gran parte de su familia moría, víctima del nazismo, durante la Segunda Guerra Mundial. La palabra y el silencio; la ; la vida infantil, y las noticias de un exterminio. A través del asma y la tartamudez, la niña Flora, o Alejandra, expresaba sus dolencias de alma sensible...

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº72 - Septiembre 2008)
*****

Juan Gelman: Proposiciones

"¿adónde fue la obrera enamorada?/
¿fue al aire la obrera enamorada?/
la obrera de la palabra murió/ ¿por
qué caminto se fue?// ¿se fue por el
camino que los días oscuros tejen/
como hormigas desesperadas
iguales?/ ¿como vaivén de pases
ciegos en un cuarto?/ ¿tendría la
obrera poca luz?// ¿y quién le quitó
la luz a la obrera la constante?/
¿quién le fue apagando uno a uno
los rostros/ de la palabra
enterrándolos muertos?/ ¿quién le
cegó la luz de la palabra?// ¿la
obrera se fue porque ya no podía
trabajar?/ ¿el aire estaba sordo
mudo roto y ella/ apenas tenía su
confianza en la palabra confianza?/
yo digo: mejor no llorar// mejor
hacer otro mundo/ yo digo: mejor
hacer otro mundo/ mejor hagamos
un mundo para Alejandra/ mejor
hagamos un mundo para que
alejandra se quede/ oh eternidades
débiles perdidas para siempre/ y
vacas tristes entre la duda y la
verdad/ sedas y delicias de la
sombra/ mejor hagamos un mundo
para que alejandra se quede".

Juan Gelman.
Relaciones, 1973.

Fuente: Revista "Sudestada"
http://www.revistasudestada.com.ar/




*****

Rolando Revagliatti: A Alejandra Pizarnik

También están –sondeo en el espejo- las ataduras

los objetos infinitesimales
albergados en la disonancia

los influjos lerdos atisbando

ralos

lo que aún crece.


Rolando Revagliatti
http://www.poemaria.com/
http://www.revagliatti.com.ar/trompifai_e.html

*****



Virginia Edit Perrone: "El llanto de una niña o el Lenguaje inventándose"

Una niña lloró sin ser escuchada. Fue Alejandra, desde ella y por toda su breve e intensa historia.
Nadie la oyó deshojarse desde sí: "Esta lila se deshoja./ Desde sí misma cae/" " He de morir de cosas así."
Una niña, que agonizó 36 años, murió cuando Alejandra puso fin a su vida.
Alejandra es rescatada sólo desde de su palabra que ella lanza como un latigazo
certero: vida o muerte.
“La que murió de su vestido azul está cantando, canta imbuida de muerte al sol de su
ebriedad.”
Síntesis y sentido bordando imposible. La palabra, haciéndose, para dar cuenta de la Existencia.
“Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla."
Irreverente, rasgó el Lenguaje para inventarlo y lo selló definitivamente con su nombre.
Aunque es tarde, es noche/ y tu no puedes./ Canta como si no pasara nada./ Nada pasa.”
Pizarnik hacía de la poesía un acto. Definía sus breves poemas, cada vez más breves, como "pequeños fuegos para quien anduvo perdido en lo extraño", Alejandra pretendía que su lector también se inventara a sí mismo para darle vida nueva a cada poema, y lo avalaba con una cita de Gastón Bachelard "El poeta debe crear su lector y de ninguna manera expresar ideas comunes."
En sus poemas la muerte, al lado, acompañando, suponiendo un rumbo que quizás
alguien escuchara, o no.
"La muerte siempre al lado. / Escucho su decir. / Sólo me oigo."
Algo vital explora cada verso de Alejandra aún en sus invocaciones a la muerte. La
vida desbordada, transvertida sobre sí.
“Ya he perdido el nombre que me llamaba, / su rostro rueda por mí/ como el sonido
del agua en la noche, / del agua cayendo en el agua. / Y es su sonrisa la última
sobreviviente, / no mi memoria.”
Si pretendemos descifrar las claves de la vida de Pizarnik, desoímos su Obra. La Poeta pide ser escuchada.
Leer a Alejandra supone conjurar otro Lenguaje y soportar rozarlo, y aunque el retorno es posible, de su lectura no se regresa indemne."


Lic. Virginia Edit Perrone
Para visitar El Trazo: http://virginiaperrone.blogspot.com/

1 comentario:

Anónimo dijo...

El pacto

Alejandra, no me queda otra posibilidad más que leerte desde tu muerte, como un final que el autor decidió componer para abrir la novela. Entonces, vos, personaje, sos un fantasma mientras te leo, hueca, intangible.
¿Estuviste viva alguna vez, Alejandra? Te veo agónica, fluyente hacia la nada.
Todos vivimos porque hacemos un pacto. Fingimos que existimos. Nos aferramos a esta ficción que llamamos vida. ¿Vos no quisiste o no pudiste pactar? ¿Te llamaban las sombras? ¿Dejó de escribirte nuestro autor? ¿O te rebelaste y quisiste ver qué había fuera del libro? Entonces, ¿vivís en otro lado? ¿En qué grieta?

Creo captarte en los espacios que rodean a tus palabras delgadas, breves, punzantes. ¿Verdad que sí, que estás viva? Pero hay que saber verte, presentirte entre las sombras como un fulgor oscuro, como un silencio que opaca a los ruidos del mundo.
Yo te veo, Alejandra. Participo de tu ceremonia aérea, de lo que das cuando la palabra cesa.
Yo también busco capturar lo que no se puede decir, lo que no existe.

Hace frío. No te vas.
Antes, la nada. Ahora el siempre abierto manantial de espejos que horadan el espesor de los muros que nos han impuesto.

Vivir es no dejarse morir.

Creer en esa paloma repetida que me rodea en esta plaza, la única, la eterna y multiplicada.
Es brillar con un grito calado en esta noche que ya llega y quiere aplastarme y construye un esqueleto para desplazarme.
Es decir. No me voy aunque las estatuas se diluyan, aunque el camino se abra en otro y otro y otro y nuestros pies lloren por la incertidumbre.

Ruedan los golpes de ayer, se van. Quiebra la mano levantada, la que te hería. Piedras y piedras se han hundido en la liviandad de cosmos, acusaron con dagas que por suerte no cruzaron la puerta girante.
Desciende, todo desciende. Lloras. Nueva sed corre, lejos. Mirar así, como ahora, sabiendo que tras ese cristal tu niño juega, sonríe. Sabrá vivir porque le has enseñado bien el pacto, no dejas que las sombras le den la mano.

Aunque te duela, las sombras no le darán la mano.

(a Alejandra Pizarnik)

Escrito por María Victoria Arias
ariasvictoria_13@yahoo.com.ar