domingo, 21 de septiembre de 2008

Mónica Russomanno: Mientras dure la luz

Foto: Lucila Perassolo


Estaba muriendo el anciano, ya poco de él quedaba en el cuerpo que irremediablemente se marchitaba, se consumía, tendía a la desaparición. Los árboles las flores, la casa enorme que estaba a sus espaldas, la fama, los libros escritos y aquellos que ya no escribiría. Todo se marchaba con él. Se iba diluyendo amablemente en esos días lechosos. El pasado ya atrás y el tiempo esa cosa informe.
Había sido historiador, había sido escritor, había traído de vuelta los siglos, había resucitado a Claudio, a Calígula, había dialogado con los Julios y había explicado un Jesús con amigos y desesperación, en un tiempo de extrañeza.
Robert Graves sentado en su sillón de ruedas con su manta en las piernas. Mediodía inglés. Un anciano como todos los ancianos. Un hombre que había poseído la plena conciencia, la intolerable luz de un espíritu agudo. Ahora, anciano como todos los ancianos, confinado a su enfermera, su paseo, su papilla, sus píldoras, la medición de la presión, el cuerpo frágil; el cuerpo que abate, doblega, el cuerpo que traiciona.
Viejo viejo ya muy viejo, ya olvidado de sí. El periodista que le pregunta por el significado de su obra. “El sol”, dice Robert. El periodista que le pregunta sobre la precisión de los datos. “El sol”, dice Robert. El periodista que lo interroga sobre el alcance de su infelicidad. “El sol”. Señala el sol. Dice “el sol”.
Pendiendo contra el sol, la imagen de la humana juventud, las promesas que ya no fueron, el amor pasado, la flexibilidad de lo que era posible. Con sus ojos casi ciegos, el anciano señala el sol, dice sol, recibe en su rostro los cálidos recuerdos de lo que fue y lo que pudo ser. Ya no podrá danzar con la figura vital que se dibuja en el firmamento.
Oscura silueta contra un firmamento de luz. La vida que gira sobre sí misma. El anciano que no puede ya bailar sobre el verde césped. Pero grave, audaz, animosamente, levanta su brazo descarnado y con temblorosa voz nos señala la vida para que no nos olvidemos de que el tiempo se desbarranca, que las flores tienen una estación y luego la planta vuelve a la tierra. ¡A vivir, a vivir, es la urgencia de apurarse a vivir antes de que la muerte apague las luces y encienda la sombra!
Robert levanta el rostro afilado. Y dice “el sol”.

Mónica Russomanno
monicarussomanno@hotmail.com

1 comentario:

Gabriela dijo...

Nunca mejor título para la obra, muy bueno...

Gabriela Abeal