lunes, 29 de septiembre de 2008

Silvia Loustau: De nanas y jazmines


En la duermevela (esa palabra tan de Juan Ramón Jiménez) de una mañana de abril, sintió como se iba deslizando de un sueño. Era confuso. Veia mucha gente, ella miraba desde afuera, mientras resonaba una pregunta. Pregunta con la que se despertó. ¿Qué le cantaba su madre cuando era un bebé?. ¿O a esa niñita de ojos asombrados y ropita Marilú que la mira desde las fotos que ha encontrado entre los recuerdos maternos?
Asombroso mundo el de las fotos. Cartones que nos muestran una vida que fue. Un instante congelado donde todo parece pacífico, feliz. Sin embargo, mirándolas y leyendo el año escrito detrás, recuerda algunos entretelones de la historia.
¿Y las canciones y las nanas? Suena una que le cantaba su abuela o su tía cada vez que desenredaban su largo, fino, pelo rubio.Cabello del que resbalaban todos los moños. Recuerda. Era acerca de una princesa a quien peinaban con peines de oro y de marfil . En aquel entonces ella tendría cuatro o cinco años. Sí, de su abuela recuerda una nana... Maria Santa Ana que tiene el niño...Con su madre aparecieron La farolera, la que se enamoró de un coronel, y Mambrú: para entonces debía estar cerca de los seis.
Su padre, el gran ausente, pero hacedor de importantes regalos −presentes que ella muchas veces odió− le había traído unos álbumes. Enormes, negros discos de pasta, que le permitían escuchar en las tardecitas de invierno. Uno tenía los cuentos delos hermanos Grimm. Luego, no recuerda quién, le regaló Peter Pan. Lo rayó de tanto escucharlo. Quería ser Wendy porque estaba enamorada de Peter Pan. Otras deseaba ser Campanita, para volar lejos de su casa. P ero, ¿qué nanas le cantó su madre? ¿Estará aún a tiempo de preguntarle?
Es extraño y doloroso ver a su madre, la todopoderosa, hundirse en el mundo del Alzeheimer . Sus olvidos . Su antigua ira y tensión, sus ataques y agravios sin motivo. Su cara, a veces un rostro de hospicio.
Se imagina ese mal como una sombra, que va arrastrando, traga todo hacia un oscuro adentro. Traga, y va quedando sólo el cuerpo.
¡Qué ironía! Ahora que está medicada con antipsicóticos, por vez primera la llama por teléfono y pide verla.. Ella fue el domingo. Y al despedirse la abrazó, con un abrazo como nunca había sentido de los brazos maternos. Pensó, son abrazos de despedida, y si no se apura no sabrá, jamás, que le cantó cuando fue un bebé.
Cuenta el folklore familiar que cuando ella tenía apenas cinco meses sus abuelos la llevaban en brazos al amplio patio terraza, le mostraban la luna, le enseñaban a saludarla. Ella no sabe si uno puede guardar recuerdos y sensaciones de tiempos tan lejanos, pero aún cree sentir el suave pulóver de su abuelo y una manito moviéndose hacía esa luz redonda y blanca que navegaba por el cielo.
En el patio terraza había enormes macetones, y un pino que decoraban en Navidad.
Hasta que crecía y lo trasladaban a la quinta. Y los jazmines. Los jazmines , como guirnaldas caían del borde de los aleros. Ese perfume aún la envuelve . Y si se siente nostálgica . Ese aroma la acaricia por dentro.
Los jazmines y su aroma están relacionados con su abuela. Hacía pequeños ramilletes que repartía por la casa. Entonces la casa respiraba como un solo jazmín. Ese perfume la enervó en la preadolescencia, cuando los primeros temblores eróticossacudían su cuerpo.


* * *


Unos años atrás fue sometida a una videoendoscopía, por capricho del médico sin anestesia general. En un momento dado, con los tubos en su cuerpo, sintió deseos de arrancarse todo y huir desnuda por los pasillos de la clínica. Salvarse del sufrimiento. Y en ese mismo instante la envolvió el perfume de los jazmines. Se tranquilizó.
Ya en la sala de espera, mientras su compañero hacía los trámites de rigor y ella trataba de mantenerse erguida en un incomodo sillón, el perfume seguía rodeándola. Como si estuviese envuelta en una burbuja.. Y siguió dentro de ella. Al salir de la clínica dieron un paseo en auto por la costa, y el aire marino, querefrescaba su rostro, se iba mezclando con la esencia de los jazmines. Hasta que desapareció. Algunos dicen que ese perfume era su abuela cuidándola.
El domingo , cuando fue a visitar a su madre, después del fuerte abrazo le cortó unas ramitas de jazmín y se los dio. Al llegar a su casa los sumergió en una jarrita de cristal tallado. La puso en su estudio. A la mañana siguiente, cuando entró para levantar la cortina, el perfume la envolvió.
¿Cómo tres ramitas de jazmín expandían tanta fragancia? Entonces, lloró... ■


© Silvia Loustau
Fuente: Artesanías Literarias - http://artesanias.argentina.co.il/
syllous@yahoo.com.ar
http://www.silvialoustau.blogspot.com/

1 comentario:

Anónimo dijo...

Silvia, estoy acostumbrada a tu hermosa poesía, pero este relato me emocionó profundamente, hay coincidencias que facilitaron la emoción pero tu voz igual la hubiera logrado, Un abrazo. Alda Salzarulo